Los clubes de antes y de ahora
Un sobrino me preguntó: “¿Tío, cuando eras chiquito, cuál era tu club favorito? Le contesté: “En mis años mozos el club más famoso e importante del mundo era el de mi barrio. Ni idea teníamos del Real Madrid o del Liverpool. Fue desde el club deportivo y cultural de nuestra comunidad donde aprendimos a correr, jugar baloncesto, recitar “Hay un país en el mundo” del inmenso don Pedro Mir, comprender el ajedrez, escuchar a Silvio Rodríguez y a Patxi Andión, leer a Eduardo Galeano, bailar mangulina...”.
En ese instante me fui lejos y recordé con nostalgia cuando éramos parte de un grupo que, enarbolando las banderas del deporte y la cultura, soñaba, ejercitaba sus músculos, discutía con altura, leía y se enamoraba de las ideas. Estas organizaciones fueron vitales en el desarrollo integral de varias generaciones.
Al menos en teoría, los clubes representan, luego de los atletas, el segundo sostén de nuestra pirámide olímpica. Después van las asociaciones, las federaciones y el Comité Olímpico Dominicano.
Los clubes deportivos y culturales sobrepasaban el marco de su nombre, pues por igual eran reivindicativos, el espacio propicio para exigir una sociedad más justa. Éramos activos en la búsqueda de soluciones a los problemas comunes, ya que no era seguro hacerlo a través de un partido político.
Otro aspecto interesante es que eran plurideportivos, es decir, practicaban varios deportes. Ahora,
desgraciadamente, apenas se concentran en uno y lo hacen muchas veces a título oneroso, convertidos en compañías por acciones. Y en casi todos, actualmente, el aspecto cultural no existe. Esa materia la descartaron. No hay poesía coreada, peñas literarias, bailes folclóricos, concursos de décimas…
También antaño se amaba el voluntariado. Los dirigentes, atletas y promotores culturales, servían a su causa de corazón, sin esperar nada a cambio, con la meta de servir, no de ser servidos. No exigían pasajes o dietas para realizar su labor y cumplir su deber.
¿Hasta qué punto la desaparición de los clubes deportivos y culturales ha incidido en el deterioro moral e intelectual de muchos jóvenes y en la pérdida de identidad y de solidaridad de cientos de comunidades?
Añoro aquellos días de mi infancia y juventud, donde, además, la veía a ella, tímida como yo en asuntos de amores; ella esperando que le hablara y yo anhelando que ella lo hiciera, para, total, limitarme a decirle: “¡Hola compañera! ¿A qué hora es la reunión del sábado?”.
Mi sobrino, al final, tocó mi hombro y me pidió que le contara lo que yo reflexionaba. Lo hice con agrado. Me escuchó atento y en su expresión noté que pensaba: “¡Oh Dios, me hubiera encantado vivir esa época!”.
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